Repensar la representación: hacia una democracia que defienda los intereses del pueblo

Argentina presenta una crisis en la representación política y en la legitimidad del sistema democrático ¿Cómo reconstruir, en este contexto, un horizonte político y articular un proyecto que convoque a las mayorías?

  • * Por Celina Casentini

La política argentina se encuentra en un proceso de degradación de la voluntad representativa. Con el pasar de los años, la mercantilización y venta de  votos y voluntades de los funcionarios públicos ha ido incrementando su injerencia. Y, con ella, también la corrupción. El clientelismo político no es inexistente, como tampoco lo es la lógica de la panquequeada histórica de ciertos personajes de la política que saltan de flor en flor buscando un nombramiento en cada gestión, independientemente de sus valores, sus principios o de su ética moral. Estos no son más que meros mercenarios.

Por otra parte, la digitalización del debate político de los últimos años nos trajo la reducción y marketinización de los contenidos, comunicados oficiales en redes sociales vacíos e insulsos, carentes de acción y de transmisión de cercanía. Es notable la distancia cada vez más grande que existe entre las dirigencias políticas y sus representados, algo que no sólo perciben los analistas, periodistas y políticos más cercanos a la gente, sino también los mismos militantes que comienzan a considerar cuestionar el poder otorgado a algunos de sus referentes. La indiferencia, la impunidad y los privilegios se hacen notar exacerbadamente en muchos casos y, con ellos, se refuerzan los discursos anti-estatistas, anti-sindicalistas y anti-partidarios. 

A su vez, la desafección ciudadana también se la debe adjudicar a la situación económica que atraviesa el país desde la presidencia de Mauricio Macri. La implementación de un modelo neoliberal, la caída de los salarios reales, la precarización laboral, la dificultad del acceso a la vivienda y la inflación llevan a una desconexión obligada de la situación política y aleja a la ciudadanía de la militancia, ya que la prioridad se encuentra situada en otro lado, lo cual obstaculiza la construcción de una visión constructiva y colectiva. 

En este contexto, cada vez son más las personas que deciden anteponer la promesa de resolver la crisis económica por encima de los proyectos de gobierno integrales a largo plazo. En este sentido, se ha visto que una parte de la sociedad emite su voto en base a las carencias del gobierno del momento. Cuando una gestión no está a la altura de las circunstancias y no resuelve la crítica situación económica, o incluso prioriza sus intereses de acumulación de poder para incrementar sus propias billeteras, tiende a perder apoyo popular. 

No es casualidad que el concepto pilar de la campaña de Javier Milei haya sido combatir la “casta política” y que haya logrado hegemonizar el sentido común en torno a la ineficiencia e inoperancia del sector político. Y no debemos olvidar el lema del estallido social del 2001, “que se vayan todos y no quede ni uno solo”, que refleja una historicidad de esta problemática. Tampoco es casualidad la tendencia en caída de la participación electoral de los últimos años. Como ejemplo, se pueden ver los resultados de las últimas elecciones legislativas de Misiones y de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, donde el ausentismo fue récord y la participación electoral no llegó al 55% en ninguno de los dos casos.

Se puede decir además, que hay una desconfianza de las instituciones estatales y políticas. Por ejemplo, a mediados de septiembre, la consultora Zentrix reveló que el 66,7% de los ciudadanos argentinos encuestados cree que los índices oficiales del Instituto Nacional de Estadística y Censos (INDEC) no reflejan su verdadero costo de vida. El institucionalismo aparece signado socialmente por el descreimiento y la desvalorización, mientras que el campo político tradicional se encuentra en la incertidumbre sobre cómo volver a retomar la representación y legitimidad ciudadana. 

A su vez, en este contexto donde la pérdida de legitimidad sobre el sistema político viene calando cada vez más hondo, algunos de los pocos personajes políticos que aún mantienen un alto porcentaje de representación social son perseguidos políticamente. Tal es el caso de Cristina Fernández de Kirchner, quien supo ocupar el cargo de Presidenta de la Nación entre el 2007 y el 2015, que hoy se encuentra en prisión domiciliaria e inhabilitada para ejercer cargos públicos de por vida, tras una condena producto de una causa repleta de irregularidades propias del Lawfare, como le sucedió a Lula da Silva en Brasil. 

El Lawfare es un patrón de estrategia judicial, mediática y política en concordancia con intereses extranjeros, principalmente de Estados Unidos, con el objetivo de desprestigiar y correr del camino electoral a una figura política o partido de Latinoamérica que entorpezca sus autoproclamados destinos de invasión en pos de una construcción colonial de “desarrollo”. Se hace mediante un proceso jurídico injusto, con manipulación de leyes, persecución y violación de los derechos de la defensa, complementado con una potente campaña de demonización profunda desde los medios de comunicación hegemónicos. 

Ante el desánimo de la sociedad a la hora de elegir a sus representantes políticos, se le suma la exclusión de figuras de referencia importantes que hace que ciertos sectores pierdan la posibilidad de elegir libremente a quien defiende sus intereses y sus derechos. La condena a Cristina no hubiese podido dictarse si no fuera por el sistema de operación mediática que acompañó este mecanismo de censura y proscripción por años. La asociación del kirchnerismo-peronismo con la corrupción dejó una marca tan profunda en el sentido común de la sociedad argentina que será muy difícil de rectificar. 

Es simplista pensar que estos factores hayan orquestado que La Libertad Avanza lograra canalizar el voto popular. Sin embargo, es indudable que sí contribuyeron en gran parte a su victoria en las urnas aquel 19 de noviembre de 2023. El discurso político vacío, tarde o temprano, se agota cuando la sociedad arrastra años de decepciones, cuando vislumbra los chanchullos de los dirigentes para lograr la permanencia de un cargo, cuando sus intereses se ven apartados y reemplazados por los de sectores particulares y de los poderosos, cuando las palabras de esperanza se convierten en promesas falsas, vacías de contenido y de sentido y, mientras tanto, su realidad se torna cada vez más difícil de sobrellevar. 

Circulan muchas propuestas para mejorar la situación de crisis de representatividad desde todos los partidos políticos. Según a quién escuches, se dice que hay “tocar nuevas canciones” o hacer una reconfiguración de los intereses que el partido cree representar de la sociedad; también están los que proponen darle espacio a la juventud militante para renovar los personajes y representantes políticos; o aquellos que escapan a los brazos de nuevos partidos que los adoptan y se dejan homogeneizar; otros intentan tener una cercanía “real” con el pueblo mediante asambleas, encuentros y reuniones; mientras hay algunos, más enlentecidos, que todavía se encuentran intentando consensuar hacia dónde ir y desde dónde partir. Esperemos, por el bien de la democracia representativa, que encuentren el rumbo.

Para recuperar la confianza del pueblo y la legitimidad política se debe comprender que existe una desafección política que hay que revertir y, a su vez, recomponer una democracia representativa que revalorice y priorice la acción para el bien de la comunidad en su conjunto. La renovación de cuadros políticos, con formación y compromiso, no solo con marketing político, es fundamental. De la misma manera, como comunicadores y militantes debemos encontrar la manera de que el debate político no se reduzca a los caracteres de un tweet o un flyer para Instagram. La política es profundidad teórica, pero también es sencillez, traducción y practicidad. Los tiempos que nos corren nos demandan volver a reencontrarnos con ella revalorizando su cualidad honesta y transformadora, en donde el objetivo final sea la felicidad del pueblo. 

Como propuesta política debemos demostrar la voluntad de cambio y reconocer las faltas. A pesar de que muchos, erróneamente, consideren que la etapa de la autocrítica ya tuvo lugar y espacio tras la derrota electoral del 2023, la reflexión y evaluación son parte del proceso político, como lo es en cualquier planificación. 

Hay que considerar que, por más que tratemos de enfatizar en el rol preponderante de la política como herramienta para mejorar la calidad de vida de los habitantes, la romantización vacía tampoco es la clave para una buena argumentación en favor del sistema político y organizacional de los estados modernos. Como menciona Cristina Fernandez de Kirchner, para convencer sobre el valor indispensable de tener un estado presente, gestionado por partidos con alta representación popular, se debe trabajar en políticas que hagan realidad efectiva la justicia social, y no sólo argumentar desde lo discursivo. La política debe volver a ser acción concreta al servicio del bien común y recuperar su sentido transformador, y debe ser con un compromiso real sobre los principios de justicia social, participación ciudadana y transparencia. Es decir, efectivizar las palabras del General Juan Domingo Perón: “Mejor que decir es hacer y mejor que prometer es realizar”. 

Entonces, les pregunto a ustedes, ¿qué peronismo creen que necesita hoy la Argentina para enfrentar esta gran crisis de representación y volver a encarnar un proyecto colectivo de justicia social, soberanía política e independencia económica?

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