- Por Kiara Di Rosa
Ataques cruzados entre Israel e Irán reactivaron una guerra regional. Los bombardeos, las represalias y una fragil tregua mantienen en vilo a la comunidad internacional.
El 13 de junio, Israel lanzó una operación militar a gran escala, “Rising Lion”, contra instalaciones nucleares iraníes. El gobierno israelí justificó la acción como una medida preventiva, alegando que Irán estaba a semanas de desarrollar un arma nuclear que suponía un peligro para el Estado de Israel y el resto del mundo. Las fuerzas israelíes bombardearon las ciudades Natanz, Fordow, Isfahán y Teherán, causando severos daños a centros de enriquecimiento de uranio. En represalia, Iran lanzó decenas misiles balísticos y drones sobre ciudades israelíes, en lo que Teherán –capital de Irán y sede del gobierno–, calificó como el inicio de su “respuesta aplastante”
El representante iraní ante las Naciones Unidas, Amir-Saeid Iravani, señaló, el viernes, que 78 personas murieron y al menos 320 resultaron heridas por los ataques israelíes. La «abrumadora mayoría» de los heridos, indicó, son civiles. De acuerdo con funcionarios israelíes y medios locales, tres personas murieron y decenas resultaron heridas en Israel, tras la ofensiva que Irán emprendió en represalia.
El ministro de Defensa de Israel, Israel Katz, dijo, este sábado, que «Teherán arderá» si Irán continúa lanzando misiles. Irán, por su parte, advirtió a Estados Unidos, Reino Unido y Francia que no ayuden a Israel a detener los ataques de Teherán, según la agencia de noticias Reuters, que cita a medios estatales iraníes. Según dicho reporte, Teherán apuntaría a bases militares y buques ubicados en la región si los tres países brindan apoyo a Israel.
Para entender el origen del conflicto, es necesario remontarse a la creación del Estado de Israel, en 1948. La fundacion del mismo fue sobre territorio palestino, desplazando y expulsando a milones de nativos, en cierto punto, en un proceso de limpieza etnica. Desde un inicio, muchos de los países de la región mostraron su rechazo al plan de participación de Palestina en la ONU, alertando sobre el riesgo de una escalada de violencia regional. Irán abogaba por un único Estado federal que garantizara los derechos de todos los habitantes. En 1953, en el contexto de la Guerra Fría, Estados Unidos y Reino Unido orquestaron un golpe de Estado en Irán que derrocó al primer ministro Mohammad Mosaddeq, democráticamente elegido. Mosaddeq había nacionalizado el petróleo iraní, afectando los intereses británicos y generando alarma en Washington, que temía una posible alianza iraní con la Unión Soviética. En su lugar, fue reinstaurado en el poder absoluto el shah Mohammad Reza Pahlavi, quien convirtió a Irán en un firme aliado de Occidente. Durante esa etapa, Israel e Irán mantuvieron estrechos vínculos, basados en intereses estratégicos y en el acceso privilegiado de Israel al petróleo iraní.
Sin embargo, todo cambió en 1979, cuando estalló la Revolución Islámica. El pueblo iraní, harto de la represión, la desigualdad y la dependencia extranjera, derrocó al shah e instauró una república teocrática bajo el liderazgo del ayatolá Ruhollah Jomeini. A partir de ese momento, Irán rompió relaciones con Estados Unidos e Israel, a quienes comenzó a considerar enemigos ideológicos y opresores del mundo islámico. Desde entonces, el vínculo entre estos países pasó de la cooperación a la hostilidad abierta, con tensiones que se mantuvieron latentes durante décadas y que hoy vuelven a estallar en una nueva escalada militar.
Volviendo a la actualidad, el primer ministro Benjamin Netanyahu amplió su horizonte: más allá del programa nuclear, insinuó un posible cambio de régimen y acciones directas contra figuras clave iraníes como el líder supremo Alí Jamenei . Según analistas, Israel busca desviar la atención de su ofensiva en Gaza y consolidar a Netanyahu políticamente. El país mismo reconoció que actuó con coordinación previa de EE.UU., si bien el Congreso no dio autorización formal .
La escalada alcanzó otro nivel el 22 de junio, cuando Estados Unidos, bajo la doctrina de intervención calibrada de Donald Trump, ejecutó la llamada operación “Midnight Hammer”. Los bombarderos B‑2 lanzaron bombas “bunker‑buster” GBU‑57 contra instalaciones nucleares subterráneas, aunque una inteligencia preliminar evaluó que el programa podría ser reconstruido en pocos meses. El impacto fue más político que militar: Trump publicitó sus decisiones en “Truth Social”, sirviendo como mediador improvisado y presionando por una tregua.
El episodio más controvertido y anti humanitario fue el bombardeo del 23 de junio a la prisión de Evin en Teherán, donde murieron 71 personas, incluidos presos políticos, guardias y visitantes. Naciones Unidas y Amnistía Internacional denunciaron este ataque como una posible violación grave del derecho internacional. La comunidad internacional reaccionó de inmediato. El alto comisionado de la ONU alertó sobre la posibilidad de “una espiral de represalias” y apeló a mantener el acceso de la AIEA a Irán para verificar posibles daños nucleares.
El 24 de junio, tras 12 días de intensos enfrentamientos, se alcanzó un alto al fuego gracias a la mediación de Qatar y EE.UU., anunciado como el fin de la “Guerra de los 12 días”. El comunicado iraní describió la pausa como “el fin de una agresión imprudente e impuesta por el régimen sionista” .
Aun así, la calma es frágil: hubo nuevos lanzamientos de misiles interceptados en Be’er Sheva y cortes temporales de electricidad en zonas israelíes. Israel continúa reforzando su defensa aérea, mientras Irán advierte que retomará su programa nuclear “cuando las condiciones lo permitan”. Las consecuencias se reflejan rápidamente en los mercados petroleros con un alza del crudo y en el panorama político regional. Estados del Golfo Pérsico (por donde circula el 20% del petróleo global) como Arabia Saudita y Emiratos Árabes Unidos extremaron controles de seguridad por temor a contagio del conflicto.
En Irán, el régimen reforzó la censura: se incrementaron las detenciones de periodistas y activistas, y se restringieron significativamente las comunicaciones digitales. Analistas coinciden en que, aunque Israel consiguió infligir un golpe estratégico, sus acciones han fortalecido a los sectores más radicales de Irán, que ven en las armas nucleares un seguro de supervivencia.
A nivel geopolítico, la intervención de Trump mostró su influencia en la dinámica regional: logró una tregua y evitó una escalada mayor. Sin embargo, sus críticos advierten que este conflicto recuerda demasiado a la invasión de Irak de 2003, caracterizada por intervenciones unilaterales sin respaldo internacional.
Los hechos ocurridos desde el 13 de junio hasta el cese del fuego reflejan, una vez más, las consecuencias devastadoras que trae aparejado cualquier conflicto armado. Más allá de las decisiones políticas, las estrategias militares o los intereses geopolíticos, las principales víctimas de la guerra siguen siendo las personas: civiles, trabajadores, familias y comunidades enteras que quedan atrapadas en medio de intereses que no controlan. La escalada entre Irán, Israel y Estados Unidos no solo dejó daños materiales y pérdidas humanas, sino que reactivó temores históricos en una región marcada por décadas de tensión. También evidenció cómo, en plena era de la tecnología y la diplomacia global, el recurso a la violencia sigue siendo una herramienta presente.
Este conflicto debería servir como advertencia: ninguna guerra se libra sin consecuencias. Más allá de las razones que la motivan, toda acción bélica profundiza divisiones, posterga soluciones reales y deja cicatrices difíciles de cerrar. En tiempos donde los desafíos globales —como el cambio climático, las crisis humanitarias y la desigualdad— requieren cooperación, los pueblos del mundo merecen caminos de diálogo, no de destrucción.
La paz, aunque difícil y frágil, sigue siendo el único horizonte legítimo y justo.