Desde los márgenes: crónicas de la organización cartonera

La vida en el basural, la ausencia del Estado y la organización popular. En el barrio La Tosquera los cartoneros construyen dignidad desde la mugre y el humo. 

  • Por Lautaro González

Una fría tarde otoñal de 2018, Gabriela Orrego junta cartones y metales en el basural como todos los días de su vida —menos los domingos— desde hace al menos veinte años. Lleva una gorra, aunque el día está nebuloso, el sol se filtra inclemente y todavía faltan varias horas hasta que pueda llegar a su casa a descansar. 

Hacia media mañana, mira atentamente cómo llega una camioneta blanca. Gabriela —a quien desde ahora llamaremos Gaby, como le gusta que la llamen y como la llaman sus amigos— espera a que, como muchas otras, arroje la basura que después irá a revolver. 

De la camioneta no bajan residuos. En cambio, descienden tres hombres que se acercan hacia ella. Cosa extraña: las personas que van a tirar sus desechos, sea por miedo o por el putrefacto olor de los efluentes cloacales que se encuentran a unos metros, se alejan de inmediato sin mediar palabra.

Los tres llevan el mismo buzo de color azul oscuro que tiene inscrito un logo y un nombre que desde entonces la acompañan hasta hoy: Movimiento de Trabajadores Excluidos (MTE). Habla uno y se presenta. Vienen desde San Nicolás y dicen que los quieren ayudar a organizarse. Las miradas se cruzan con extrañeza y la respuesta es tajante:

—Cuando terminaron de hablar, nosotros les dijimos “no vengan a hacer política acá, porque no les creemos nada”— recuerda Gaby. 

—¿Cuál era el contacto que tenían con la política?

—En las elecciones te daban una bolsa de mercadería y te llevaban a votar. Nada más.

El barrio “La Tosquera” es el asentamiento popular más grande y precario de la ciudad de San Pedro, provincia de Buenos Aires. Queda a más de 10 kilómetros de la zona urbana de la ciudad y allí viven alrededor de cuatro mil personas, según un censo realizado por el Registro Nacional de Barrios Populares (ReNaBaP).

La mayoría de los pobladores del lugar subsiste a base de changas de temporada en el campo —batata y naranja en invierno, durazno en verano—, como pescadores o, como Gaby, removiendo las toneladas de residuos que recibe el basural a cielo abierto lindero al barrio. 

Separan cartones, plásticos, metales y rezan por hallar tesoros ocultos entre la mugre. Lo cierto es que rara vez encuentran algo que tenga un valor real. Lo que sí suelen encontrar —y, a veces, en bastante buen estado— es ropa, calzado, juguetes e incluso comida. 

A la semana del primer contacto con los muchachos del MTE organizaron la primera de muchas asambleas. Un mes después, en abril, estaban sentados con el Secretario de Gobierno, Silvio Corti, y lograron que firmara un acuerdo en nombre del Intendente —en ese entonces macrista— Cecilio Salazar. Se comprometían a cuatro puntos: establecer una mesa de trabajo, llevar a cabo un relevamiento de los trabajadores, repartir elementos de seguridad y protección, e implementar una capacitación para quienes trabajan con la basura. 

Tres meses después, el jueves 12 de julio, cuarenta cartoneros se plantaron frente a la municipalidad para preguntarle al intendente por qué no habían cumplido con su palabra. Cantaron algunas consignas, quemaron algunas gomas e hicieron olla popular mientras esperaban que el mandatario se apersonara. 

Lo que no esperaban era que, a tono con la política represiva de la entonces (y ahora) ministra de Seguridad, Patricia Bullrich, se desplegara un operativo con más efectivos policiales que manifestantes, en el que fueron gaseados, baleados y apresados. 

—A la noche, cuando salimos de la comisaría, fuimos todos a mi casa y ahí mismo Juan (Grabois), que nos vino a defender, nos planteó qué posibilidad había de hacer un comedor. Yo tenía un ranchito de chapa, y mi marido le dijo “te ofrezco esto”. El día después de que nos reprimieron, abrimos el comedor que tenemos hasta hoy. 

El dirigente social logró que la Justicia los libere y desde ese momento la organización no paró. Primero, el comedor; después las condiciones mínimas de seguridad, una guardería y hasta obras de infraestructura para el barrio.

***

El 10 de diciembre de 2023 asumió Javier Milei, el primer presidente liberal-libertario de la Argentina. Una de sus primeras medidas, preanunciada en campaña, fue frenar la obra pública a lo largo y ancho de todo el país. Hasta ese día, en el barrio La Tosquera se estaban desarrollando las obras de urbanización más importantes de su historia.

Las obras, gestionadas a través del ahora disuelto Fondo de Integración Socio Urbana (FISU), que comandaba Fernanda Miño —también militante del MTE—, permitieron la construcción de un playón deportivo con salón de usos múltiples, veredas en todo el barrio, un nuevo tanque de agua con el doble de capacidad que el anterior y una guardería.

Como consecuencia del “plan motosierra” de recorte del gasto público, quedaron sin hacer las calles, el tendido eléctrico y toda la red de agua potable. Lo que más lamenta Gaby es que la mega planta de reciclado quedó abandonada. Unas paredes muy altas, sin techo ni aberturas, son el recuerdo presente de lo que no fue.

—Siento mucha bronca. Ahí, en la planta, podría haber más compañeros. Solo al poner una cinta, necesitabas veinte personas más, que son compañeros que los sacás del basural —dice con mirada seria.

***

“Si no estuvieran acá, estarían en la calle o en la basura”. La que habla es Loana. Tiene veinte años, piel trigueña y mirada filosa. Trabaja, casi desde su apertura, como educadora en el turno mañana en el Centro Infantil de Recreación y Aprendizaje “La Colmenita”, perteneciente a la rama de niñez del MTE. 

Esta guardería cartonera recibe diariamente a cerca de cuarenta niños, desde recién nacidos hasta los 10 años. Cuando no están en clase y mientras sus padres trabajan, aprenden de cocina, pintan, juegan al ajedrez, tocan la guitarra y hacen los deberes escolares.

Acá el recorte también pegó duro: de cuarenta y cuatro mujeres que sostenían el espacio, ahora queda la mitad. Su sueldo dependía del Potenciar Trabajo y con el “reordenamiento” de ese programa social tuvieron que ir en busca de algo mejor que les permitiera subsistir. 

—Es triste, porque se fue una parte de tus compañeras —cuenta Loana—. En un momento pensamos que todo esto llegaba a su fin. Es feo porque significa perder el contacto con los chicos. Ellos nos preguntan por las que se fueron. Dicen que las extrañan y uno no sabe qué decirles.

El hambre no espera, y eso en el barrio lo saben muy bien. Cuando se enteraron que el recorte del Potenciar era inminente no tardaron en reaccionar: una tenía una máquina de coser, otra más o menos se daba maña y el resto fue juntando ropa para empezar. A los pocos días, consiguieron otras dos máquinas y una profesora. En unas semanas, el taller de costura estaba en marcha. 

Y así hacen con todo. Cuando una chica del barrio cumple quince años, se juntan entre todas para organizar la fiesta. Una consigue el vestido, otras preparan la comida y otras decoran. Ante la adversidad hacen lo que mejor saben: comunidad.

***

Fabi pisa los sesenta años —las arrugas la delatan— y mide poco más de metro sesenta. Pero por la cocina se mueve con la ligereza de una treintañera. Es la cocinera de La Colmenita y siempre es la primera en llegar. 

Aunque no lo admita al principio, la cámara le gusta. Sonríe y se prende al juego de los planos. Con un delantal que lleva bordado su nombre, se arremanga hasta los codos y se pone a cortar frutas: naranja, manzana y banana. “Siempre intentamos darles algo saludable, no cualquier cosa”. 

El menú del desayuno es ensalada de frutas con bizcochuelo integral de zanahoria. Desde que empezó a llegar menos mercadería del ex-Ministerio de Desarrollo Social, ella es la que se encarga de hacer magia con la escasez. 

—Te parte el alma cuando estamos cortos de presupuesto y la criatura te pide “¿seño, me das más?”. ¿Cómo le explicás a ese chico que no tenés nada para darle?

Le preocupa que el gobierno no entre en razón. Quedó indignada cuando vio un video de Manuel Adorni, vocero presidencial, en el que justifica el recorte en alimentos por unos supuestos “comedores fantasmas”. Incluso cuando llueve torrencialmente, Fabi se calza sus botas, agarra el paraguas y sale para La Colmenita a recibir a cualquiera que llegue. 

—Fantasmas o no, acá estamos —dice.

—Si pudieras decirle algo al presidente, ¿qué le dirías? 

—Que camine, mire la necesidad de la gente, se haga presente en los comedores que él dice que no existen. Que salga de la burbuja donde está y venga, recorra el barrio, vaya al basural y vea en qué condiciones trabaja la gente.

El barrio La Tosquera está asentado sobre una zona inundable: cuando llueve, las calles se vuelven intransitables. Una vez, hace algunos años, tuvieron que sacar a un muerto en carreta porque no había ambulancia que se dignara a entrar. No llegan los colectivos ni entran los patrulleros. Lo único que llega, con una constancia de muerte, son las columnas de humo que desde el basural van directo a los pulmones de los lugareños. 

En este lugar no conocen otra cosa que el fracaso de la política tradicional. Fue la organización colectiva la que logró dignificar, aunque sea un poquito, a esta gente: puso orden donde no lo había y comida donde faltaba. No está de más preguntarnos, acaso, si la victoria mileísta tiene que ver con esto. Un presidente que prometía dinamitarlo todo, cuando para muchos ese “todo” jamás existió.

A estos hombres y mujeres, otra vez y como lo hacen desde que nacieron, les toca seguir andando. Con el cuero curtido, desde los márgenes y haciéndose a sí mismos, pero por una vez, al menos, unidos y organizados.

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